El Gobierno boliviano impulsa la producción de soya con una inversión de 300 millones de bolivianos hasta 2030, enfocándose en los departamentos de La Paz y Beni. El proyecto abarca 200.000 hectáreas y busca dinamizar la economía regional con inclusión social. Se prevén mejoras en infraestructura, acceso a crédito y capacitación técnica. Esta iniciativa apunta a consolidar a Bolivia como potencia agroexportadora sostenible.
Fecha:Friday 16 May de 2025
Gestor:INSTITUTO IDIAT
Bolivia ha dado un paso decisivo en su política agrícola al aprobar una inversión de 300 millones de bolivianos destinada a expandir la producción de soya en regiones clave del norte de La Paz y Beni. Este plan de incentivo, que se proyecta hasta el año 2030, busca convertir a estas zonas en nuevos polos productivos del grano oleaginoso, históricamente dominado por el departamento de Santa Cruz. La iniciativa responde tanto a la necesidad de diversificar la geografía agrícola del país como a las exigencias de seguridad alimentaria y soberanía productiva. La inversión contempla la apertura de nuevas áreas de cultivo, provisión de semillas certificadas, acceso a maquinaria agrícola y capacitación técnica para pequeños y medianos productores. Además, se prevé mejorar la infraestructura vial y de almacenamiento para asegurar la comercialización oportuna de la cosecha. Este enfoque integral busca transformar de manera sostenible el modelo productivo en zonas tradicionalmente marginadas del desarrollo agrícola nacional. Las autoridades han señalado que el proyecto no sólo tendrá un impacto económico directo, sino también social, al generar empleo rural y dinamizar las economías locales. La elección de Beni y La Paz no es casual: estas regiones poseen grandes extensiones de tierra fértil y una creciente vocación agroindustrial. Esta apuesta por la expansión de la frontera agrícola se alinea también con los planes de industrialización nacional.
La implementación del plan de estímulo a la soya en el norte del país contempla una cuidadosa planificación en varias fases. En una primera etapa, se desarrollarán mapas de suelos y se realizarán estudios agroclimáticos para identificar con precisión las 200.000 hectáreas más aptas para el cultivo. Paralelamente, se fortalecerán las capacidades institucionales locales mediante convenios entre el gobierno, universidades y centros de investigación agrícola. En la segunda fase, se activará el financiamiento directo a los productores mediante líneas de crédito a bajo interés, subsidios tecnológicos y convenios con empresas de insumos. Una parte fundamental de la estrategia será garantizar la sostenibilidad ambiental, evitando la deforestación indiscriminada y promoviendo prácticas agroecológicas que preserven los ecosistemas locales. El proyecto también contempla la construcción de centros de acopio y secado, así como la mejora de caminos vecinales y sistemas de riego. A nivel comercial, se busca establecer acuerdos preferenciales con industrias oleaginosas para asegurar precios justos y estables. En cuanto a la logística de exportación, se impulsarán rutas alternativas por los ríos amazónicos y carreteras interdepartamentales para conectar la producción con mercados externos. Se estima que el proyecto beneficiará de manera directa a más de 12.000 familias campesinas, además de generar miles de empleos indirectos. La política pública apunta a convertir a la soya no sólo en una fuente de divisas, sino en un eje articulador del desarrollo regional.
El impulso a la producción de soya en La Paz y Beni también tiene implicaciones estratégicas en el escenario internacional. Bolivia busca posicionarse como un proveedor confiable de soya en el mercado global, diversificando sus destinos de exportación más allá de los mercados tradicionales. La creciente demanda de alimentos y biocombustibles en Asia y Europa representa una oportunidad que el país no quiere desaprovechar. Además, al descentralizar la producción de soya, se reduce la vulnerabilidad frente a factores climáticos o logísticos que afectan al oriente boliviano, donde las condiciones se han vuelto más inestables. La medida también podría aliviar la presión sobre los ecosistemas del Chaco y la Chiquitanía, si se gestiona con una visión de equilibrio ambiental. A nivel regional, la expansión del cultivo podría abrir nuevas posibilidades de cooperación con Brasil y Perú en materia de investigación genética, cadenas de valor compartidas e intercambio comercial. Las organizaciones de productores han recibido el anuncio con expectativa, aunque han solicitado acompañamiento técnico permanente y garantías frente a posibles riesgos de mercado. Expertos coinciden en que, si se gestiona con transparencia y participación comunitaria, esta inversión puede marcar un antes y un después en el agro boliviano. En suma, el proyecto no solo representa un impulso económico, sino una oportunidad histórica para sentar las bases de una agricultura más inclusiva, moderna y sostenible.